—Take
it easy Larry!—dije,
buscando en lo más profundo de mi ser un tono de voz firme y eso
bastó para que la bestia guardara su lengua larga y escondiera las
filosas garras. Esta vez tenía la situación bajo control. Confieso
que no fue fácil aprender a dominar a Larry, hubo muchos momentos
incómodos y sufrí perdidas irreparables, la mayoría de mis amigos,
y ¡Hasta Rachel!, terminaron largándose.
En defensa de Larry debo mencionar que Rachel tenia sus propios, y en
ocasiones más temibles, monstruos: Tyny, pequeña bestiecilla
morada, cuerpo de salchicha inmundo, inofensivo a primera vista pero
capaz de sacar de sus casillas a cualquiera y Bitchy, peludo arácnido
de muchos ojos, atento siempre a todos mis movimientos, eran sus
peores. Pero esta es la historia de mis monstruos, aquellos a los
que conozco desde muy chico y de quienes fui aprendiendo a servirme
según mi conveniencia. Las primeras victimas, mis padres, eran
fácilmente manipuladas gracias a los diestros tentáculos de Bobby,
luego en la escuela, mis maestros conocieron la furia de Jimmy y mis
compañeros celebraron más de una vez la temible boca de Roger.
Crecimos juntos y compartimos muchos malos momentos, y para ser justo
también algunos buenos, pero un día tenia que terminar. Recuerdo
perfectamente como los veía venir, mi pulso se aceleraba, mi vista
se nublaba un poco, la sangre se me subía a la cabeza y entonces ya
no era yo, sino Larry o Jimmy, a veces Bobby y casi siempre Roger. Al
final siempre algo se rompía, se estropeaba, o se rasgaba y en mi
interior ocurría lo mismo. El día que todo acabó manejaba a toda
velocidad, acababa de tener una acalorada discusión con un compañero
del trabajo, no recuerdo los motivos, y como siempre Roger me hizo
salir victorioso, Larry había tomado por la camisa a aquel iluso y
Bobby le había hecho retractarse de cada una de sus palabras. Salí
de la oficina, dando portazos, empujando a aquellos que se cruzaron
en mi camino, arranqué el coche y tomé la calle Main. No llegamos
lejos, vidrios y huesos rotos, hierros y voluntades retorcidas, un
poco de sangre por aquí, algo que ya no funcionaria ¡Nunca
más! por allá. ¡Listo! A veces la vida te da segundas
oportunidades y hay que saber aprovecharlas. Ahora ya no doy
portazos ni levanto la voz, ya no paso empujando personas y algunos
hasta me ayudan a subir a los lugares donde no hay rampas. A veces,
según sea la situación, aun siento que mi pulso se acelera, que la
sangre me hierve y me sube a la cabeza, que la visión se me nubla.
Me basta un simple:
Take it easy Larry!, otras
veces un:
Be silent Roger!
Rachel decía que a
algunos
perros educados se les habla en ingles. Tomo
el control, chasqueo los
dedos, un truco que
aprendí de Rachel. A
ella nunca le funcionó
pero para mi es: ¡infalible!
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